Con vaselina todo entra mejor

Dicen los expertos, desde el más humilde mecánico hasta la pornstar con más experiencia, que todo lo que tiene que entrar, si está lubricado, entra mejor.

Cuando se trata de relaciones humanas (sin frotamientos) además el tratar a «la otra parte» con respeto y utilizar alguna sonrisa de vez en cuando suele funcionar como lubricante. No en vano buena parte de las relaciones humanas tratan de que alguien (el que la quiere meter) quiere conseguir algo de otro alguien (el que «es metido»).

Por ejemplo, en una relación normal de oficina es bastante habitual que alguien se acerque cuando estás esperando a que la máquina de «café» escupa ese aguachirri pegajoso y amargo, que compite con el Dulco-Laxo para convertirse en la sustancia purgatoria más potente inventada por la humanidad. Probablemente ese alguien te pelotee un poco hablando de algún tema intrascendente pero de interés para ti (podrías sentir hasta como prepara la grasa y te la unta por la espalda hablando sobre el último concierto al que has ido) y suelta una conocida frase: «¿me invitas a un café y me cuentas?».

Yo invito con gusto a un café a quien me pelotea un rato, y además así me hace compañía y me olvido durante un rato del agobiante infierno que he dejado abandonado momentaneamente en mi mesa.

Algo parecido pasa cuando vas a comprar algo, caro, siempre caro, porque los precios han subido pero los sueldos no, y la amable (o el amable) dependienta (o dependiento) con una sonrisa te dice: «son 150 euros». Pagas con gusto (los cojones!) lo que hasta hace no muchos años te costaba 5000 pesetas, porque te sabría mal incendiar la tienda con esa dependienta (o dependiento) dentro.

Donde ya no se usa demasiado es en las relaciones laborales. Llegas a pensar que esos mercenarios al servicio de las empresas que lanzan rebajas de sueldos y EREs han debido aprobar por los pelos en la escuela de Empresariales o la de Derecho. Yendo algo más atrás es muy probable que todos fueran de esos niños egoístas que atormentaban a sus compañeros en la guardería y les robaban las galletas María de la merienda. Vamos es lo que pienso, que puede no ser cierto. Podría ser que únicamente esos individuos sean una panda de hijos de puta, sin más.

Curiosas las relaciones laborales. Curiosas por inexistentes.

Hablando del sector que conozco (la Consultoría Informática) y tras ver que en las empresas más importantes se están llevando a cabo EREs y rebajas de sueldo, por razones basadas en una contabilidad creativa, sin que las empresas se atengan a negociar («te bajo el sueldo sí o sí») me pregunto qué clase de relación es la laboral.

Me imagino a los grandes capos del negocio en su tétrico castillo, sentados alrededor de una mesa redonda. Al lado de cada uno un personaje jorobado que constantemente se frota las manos y les habla al oído; en el mundo real se conocen como «abogados». El gran salón iluminado con lámparas de aceite, alimentados con la grasa de los trabajadores que han sobrevivido a los EREs.

Colgando del techo, sobre la mesa, boca abajo, está el cuerpo desnudo de un informático virgen (no es tan difícil de encontrar). El colgado murmura incesantemente «paso de follones, paso de follones» mientras mira aterrorizado como uno de los «comensales» se sube a la mesa y se acerca a él con una daga. Una daga sin filo y sin punta, cuyo mango es un trozo de madera, pero grabado con láser en el mango está su nombre «Ejecutator 2.0». La daga fue diseñada y construída en una consultora de prestigio, por supuesto.

Tras degollar al condenado (cosa difícil, pues después de 20 minutos intentando cortar el cuello con la daga sin filo e intentar pinchar, con la daga sin punta, tuvieron que recurrir a uno de los criados que con un humilde cuchillo de cocina abrió en canal a la «comida») y después de beber su sangre entre todos y cocinar sus vísceras con ajo y perejil, pues eso, que después comienzan a elaborar el nuevo plan de batalla.

– Vamos a bajarles los sueldos, y les vamos a decir que las cosas van fatal y que no hay otro remedio.

– ¡Sí! ¡Sí! ¡Pero despidamos a la mitad! ¡Muaaaaaaaaaaaahahahaha! (trueno).

– Eso eso, pero antes abriremos un periodo de negociación y el último día le damos con la puerta en las narices (relámpago).

– Y firmamos un acuerdo con los «sindicatos», que a los míos ya los tengo domesticados. ¡Ven, chico, ven! ¡Lame mis botas! ¡Así me gusta, muchachito! ¡Buen delegado de CCOO! Toma tu hueso y vete a jugar con tu amiguito de UGT (patada al chucho).

[Si alguien se siente ofendido, que se joda. Es mi imaginación y así veo las cosas]

– Sodomizaremos a sus mascotas y mataremos a sus mujeres con el Ejecutator 3.0, ahora con mango de plástico.

– Hombre, yo creo que tampoco hay que pasarse, quizás si reducimos un poco los dividendos, o bajamos un 5% el beneficio variable de los equipos directivos…

– MATADLEEEEEEEEEEEEEE!!! AL TRAIDOOOOOR!!!

(Ese fue el último momento del único directivo razonable que quedaba en España).

Esta gentuza (sí, ya se acabó mi imaginación, es que he comido cocido y me siento algo pesado) al día siguiente, sin vaselina ni nada, ni siquiera escupiendo un poco, pretende que a los trabajadores les sean introducidas medidas insoportables. Esas medidas superan el tamaño de la medida de Mandingo en al menos 30 cm. Pero oye… «paso de follones».

Y los cabrones ni siquieran sonríen.

Mejor no hablemos de lo que nos meten los politicuchos de este país (y de otros). Vamos sus reuniones son como las de los anteriores, en su castillo, pero es que estos… SONRÍEN.

Juro que es cierto, son tan malas personas, tan cínicos, tan psicópatas, que sonríen mientras te dejan sin servicio de urgencias porque sí, pero después se dedican a ir de comilonas o a ver partidos de fútbol por el mundo adelante.

Prefiero no seguir por aquí porque diría algo que me llevaría al trullo y no quiero arriesgarme a ser la novia del pabellón 2.

Y ahora que he llegado aquí a lo mejor alguien se pregunta: ¿de qué vas? ¿eso de la vaselina qué es?

Pues una batallita del abuelo Impalah, nada más. Alguien (más bien «álguiena») me ha recordado que yo, hace muchos años, usaba vaselina.

En una época de mi vida tuve que «cablear» muchas empresas. Cablear es poner cables, de red, sobre todo, que son de 5 mm de diámetro o menos, pero muchas veces me tocó poner un cable de antena rígido de más o menos 1’5 cm de grosor. Y esos cables no pasan fácilmente.

Normalmente buscas una canalización (un tubo en la pared) que no esté demasiado ocupada y lanzas una «guía» (un largo «cable» de plástico semirígido, con la punta metálica, al que atas el cable que quieres meter). Luego se supone que es tirar de la guía y el cable pasa.

Pues no.

Si el agujero es estrecho o está muy lleno el cable no pasa, o peor aún, se atasca y/o se rompe.

Y en esos caso usas vaselina. Y es, cuando menos, embarazoso.

Cuando yo llegaba a cablear aparecía con mi maletita, mis cajas de cables, mi guía y mi bote de vaselina. No un botecito pequeño, no, eran 3 kg de vaselina en bote. Disimularlo por la calle era imposible, y si tenías la mala suerte de tener que andar un buen rato desde donde habías dejado el coche escuchabas carcajadas al pasar. La gente es muy malpensada.

Y al usarla, al tener que embadurnar el cable… La escena es, a ver, como lo describiría… agarras un cable, te empapas la mano bien con vaselina y le haces una paja (así, sin más), arriba y abajo hasta que el cable esté bien lubricado. Luego, según lo vas metiendo, tienes que «mantenerlo operativo», lo que quiere decir que como tengas que meter 30 m de cable terminas con calambres en los brazos, te sientes como si hubieras participado en un bukkake, estando tú en el centro.

Y eso con los cables pequeños. He hablado del gordo cable de antena de 1,5 cm. Es semirígido también, no gira con facilidad. La manera de lubricarlo es sujetarlo entre las piernas, empaparse bien la mano en vaselina y darle con ganas arriba y abajo. Taca taca.

Fue embarazoso cierta vez que estaba yo tan ufano lubricando un cable, entre mis piernas, dale que te dale, haciendo el elefante, troooompa, y tenía que pasar el cable cerca de un hueco de ascensor, que estaba al lado del lavabo femenino. Como lo explicaría… yo ahí dale que te dale y las chicas entrando; algunas se sonrojaban, otras se reían, y algunas, las más cabronas, hacían un corrillo y se tomaban un café mientras miraban mi aventura amorosa con el cable.

Lo mejor fue una vez que metimos un cable gordo lubricado que salió por un «registro» en el techo, pero solo salió la puntita y la guía se había soltado; no había forma de empujar tampoco. No había manera de tirar de él y nos habíamos olvidado la escalera así que dos hombres hechos y derechos se dedicaron, durante diez minutos, a dar saltitos intentando agarrarse del cable para bajarlo.

Las cosas lubricadas son difíciles de agarrar también…

La conclusión que se podría sacar de esta entrada es que chocheo, y no se estaría demasiado lejos de la verdad. Pero yo prefiero ser optimista y buscar una moraleja:

Si has de meterle algo a alguien usa vaselina que irá más fluido.