Lo peor del apocalipsis es el aburrimiento

Estás en problemas desde hace días y lo sabes.

Subiste el ascensor a la última planta justo antes de que se fuera la electricidad. Tuviste suerte. Encontrar la llave maestra que abría las puertas de los ascensores también fue suerte y te costó ese moratón que tienes en el codo de tanto golpear la portería.

Mucha suerte tuviste cuando le clavaste el palo de la fregona a la portera zombi en el ojo. Bien es cierto que le dejaste la cara hecha un poema hasta que lo conseguiste. Podría decirse que te ensañaste con “ello”, o que tienes una puntería pésima.

Te concederemos que abrir el ascensor en el tercero e ir pastoreando a tus vecinos zombis con el machacado palo de la fregona hasta hacerlos caer por el hueco del ascensor fue buena idea. Fueron 3 días intensos pero al menos pudiste saquear a conciencia todos los pisos y no morirte de hambre.

Lo que no se te ocurrió pensar es que son zombis y son difíciles de matar, y una caidita de tres pisos no les hace demasiado daño. Siguen gimiendo, reptando, moviéndose, arañando. 40 vecinos haciendo ruido son bastante molestos.

Quizás podrías evitar el ruido y dormir más o menos tranquilo si te vas a alguna habitación del fondo, pero eso no evita que los gemidos hayan congregado unas docenas de compañeros zombis en la puerta del edificio. Solo hay una puerta de aluminio y cristal algo endeble y un par de sofás que evitan que entren en tromba y reconquisten el edificio.

Le das vueltas y vueltas y no se te ocurre ninguna idea para librarte de ser devorado/zombificado así que intentas aguantar lo mejor que puedes mientras esperas que una idea feliz se cruce en tu mente. Lo de suicidarte lo descartaste hace tiempo, por dos razones principalmente: no tienes cojones para hacerlo, porque le tienes un miedo atroz al dolor, y tienes cierto sentido de la responsabilidad para con tus gatos. No es cuestión de dejar unos bichos huerfanitos en un mundo salvaje de comedores de todo lo que se mueve..

Así que inicias la rutina de vigilar desde la azotea buscando algo de vida medianamente inteligente y que no pretenda hacerse un festín con tus entrañas. Con el buen tiempo no es mala idea usar la terraza y tomar un poquito el sol también. El que no haya electricidad es una ventaja también ya que no te pasas el día guarreando por internet y, como te aburres, haces algo de ejercicio. Al final te pondrás cachas y todo.

Día tras día subes a la azotea equipado con tu queridísimo palo de fregona, al que has añadido un chuchillo bien sujeto en la punta. No tienes ni idea de si funciona pero te hace sentir más seguro tener algo que pincha y seguro que es más fácil de clavar que la punta roma de antes. También subes esos prismáticos que has tomado prestados de tus vecinos de enfrente, una silla de camping, que amablemente saqueaste de los vecinos del cuarto, una gran botella de agua y un cubo.

Si algo hay que reconocerte es que eres limpio y, al menos tu terraza, está impoluta aunque pases horas y horas tomando el sol y haciendo “tus cosas”. Puede que la jauría de comedores de cerebros que te espera abajo no esté muy de acuerdo con que les obsequies cada tarde con una fina (o no) lluvia de … cosas.

Desde esa terraza has visto zombis, perros corriendo delante de zombis, zombis comiendo perros, perros comiendo zombis, perros zombis comiendo perros no zombis, alguien siendo perseguido por zombis (un superviviente, supones), gritos, silencio, zombis, una columna de humo tremenda saliendo de donde supuestamente debía estar la gasolinera, un barco hundiéndose después de chocar contra el puerto, algunos incendios más en algunos puntos de la ciudad, un helicóptero, un helicóptero que se estrella y arde… vamos, has visto lo normal en un apocalipsis.

También has visto a tu vecino, alguien un par de calles más allá que de vez en cuando sale de un edificio, entra en algún sitio y vuelve cargado con… de todo. Lo último era una bombona de butano que llevaba rodando ruidosamente por la calle atrayendo a las hordas de no muertos. Es valiente el amigo.

Tienes una idea, estúpida, pero es algo nuevo y al menos te sacará de esa tarea de voyeur que, francamente, te hace sentir un poco culpable. O sea, es divertido observar, pero quizás habría que ir pensando en hacer algo más que esperar a que se agote la comida… reconquistar la tierra y esas cosas.

Bajas corriendo y saqueas el sexto C, que estaban de reformas. Sábanas tapando los muebles y un bote de pintura roja. Prefieres no pensar por qué alguien querría pintar una habitación de color rojo porque lo único que se te viene a la mente es cuero, pelotas de goma en la boca y cierto grado de dolor. El caso es que recoges todo eso y lo subes a la azotea.

Con todo cuidado extiendes tres sábanas y comienzas a pintar tu mensaje. En un alarde de originalidad escribes: “ESTOY VIVO” y pintas, más mal que bien, una flecha. Con cuidado despliegas cada sábana y las atas, torpemente, para que cuelguen de la fachada. Se te escapa la sábana que dice VIVO. Quizás el mensaje no sea del todo claro pero te niegas a bajar, pintar y atar otra sábana.

Después de tanto ejercicio decides echarte una siestecita en la sillita de camping y con el ronroneo de tus compañeros/vecinos/zombies te quedas dormido.

Algo te molesta en los ojos y no te deja dormir. Los abres y algo te deslumbra. La gorra sigue en su sitio y la visera está caída, así que el sol no es. Te incorporas con cuidado y casi te caes de la silla porque se te había dormido una pierna. Te limpias la babilla que cuelga de la comisura de tus labios y buscas qué te molesta.

Otra vez la luz en los ojos. Algo brilla tres o cuatro edificios más allá. Haciendo el gesto del indio que escudriña el horizonte, es decir, poniendo las dos manos en visera, buscas y buscas y… ves a un tío que de vez en cuando brilla.

Primero piensas algo como “será mamón, despertarme de la siesta” pero te acuerdas de las sábanas con el mensaje y otro pensamiento racional acude a ti y es algo como “hay alguien más, está vivo y se aburre tanto como yo de estar solo” aunque también se te ocurre “zombi con chaqueta de lentejuelas”. El segundo pensamiento racional no es demasiado inteligente y lo descartas momentaneamente, aunque te parece una teoría interesante.

El tío con la cosa que brilla, que a estas alturas has conjeturado que debe ser alguien con un espejo, sigue apuntando a tus ojos. Deslumbra corto, deslumbra largo, otra vez largo, otra corto… Se te enciende una pequeña chispa de inteligencia y deduces que o lo hace por joder o es algo como el morse.

No tienes ni idea de código morse, más allá del SOS, que probablemente, con tus extensos conocimientos tú escribas como OSO, pero sí tienes un viejo libro en alguna caja con el código morse.

Así que haciendo aspavientos en la azotea dirigiéndote a la figura del espejito haces el gesto universal de “espera que vuelvo ahora”, Levantas la mano con la palma extendida hacia adelante y la sacudes adelante y atrás. “Espera que vuelvo ahora”, está clarísimo.

Bajas corriendo a tu casa, remueves entre las cajas de cartón, buscando en los libros descartados por viejos o, incluso, vergonzosos y tras unos tensos muchos minutos lo encuentras. El librillo que tantas alegrías te dio en tu tierna infancia: “Cómo ser agente secreto”.

Libro, un trozo de papel, un bolígrafo y un espejo de IKEA. Corriendo escaleras arriba acompañado por gruñidos zombis saliendo del hueco del ascensor.

Te diriges donde se supone que estaba “el tío” y ahí sigue, esperando. Buscas rápido algo que decir y, con habilidad, transmites tu mensaje en morse.

H O L A

Esperas y desde el otro lado comienzas a recibir la respuesta.

– Q U E C O Ñ O D I C E S

Vuelves a transmitir el mensaje.

-H O L A

Y te responden.

– E S C R I B E S F A T A L

– N O S E M O R S E

– Y A S E N O T A

– E S T O Y V I V O

– N O J O D A S N O M E H A B I A D A D O C U E N T A

Cierto grado de sarcasmo no se puede evitar cuando se vive una situación angustiosa, como un apocalipsis zombi, pero se está pasando un poquito. Intentas cambiar de tema.

– T E A T R E V E S A V E N I R

– T I E N E S B I R R A S

– T E L A S C A M B I O P O R T A B A C O

– V O Y

– S E G U N D O C U A R T A

Y se desvaneció el tío de la azotea, así que te fuiste a esperar a tu casa.

Ya empezaba a anochecer cuando escuchaste cómo sonaban golpes en la puerta. No eran arañazos, ni golpes espasmódicos de un zombi queriendo entrar. Era un clarísimo TOC TOC TOC que sonaba en la puerta.

Con emoción y esperanza, armado con tu terrible palodefregonacuchillo (por si las moscas) te diriges hacia la puerta y abres con cuidado solo un poquito. Lo justo para que un cartón de tabaco se plante ante tus narices.

LM light.. hay que joderse…