Muy emocionado no estoy…

Dos años después de publicar algo aquí estoy de nuevo. ¿Volveré a publicar algo? No lo sé. ¿Publicaré algo útil? Lo dudo. Mientras: una nueva paja mental.


 

No te importa cómo empezó. Sólo sabes que empezó.

Un día te despiertas y todo está en silencio. Todo está más callado que de costumbre pero no te das cuenta porque estás ocupado intentando despertarte bajo la ducha. Te vistes, tomas tu café y no escuchas a los vecinos del piso de arriba. Piensas que se habrán levantado antes y no le das importancia.

Tus gatos se han despertado, sí. Como cada mañana desesperadamente piden que rellenes su cuenco casi repleto pero con un pequeño hueco en el centro.

El móvil no ha sonado. No hay ningún e-mail. No hay mensajes de whatsapp, ni de Telegram. Está todo tan tranquilo que parece domingo en vez de jueves.

Tranquilamente recoges tu chaqueta y te la pones, y abres la puerta de casa. Dos vueltas de llave, pasas, cierras y bajas las escaleras. En silencio, no se oyen coches y ya es de día.

Al salir a la calle todo está cerrado. El estanco, el badulaque, el bar de la esquina que solo cierra en nochebuena. No pasan coches, ni motos, nadie camina por la calle. Y entonces algo parece despertarse en ti: son las 5 de la madrugada y ya ha amanecido… y si no es eso es que el resto del mundo se ha quedado dormido.

Las 5 no son, son casi las 9. Dudas mucho que la segunda opción sea la buena, porque sabes que los del badulaque no duermen.

Notas como un cosquilleo detrás de las orejas. Notas como si el pelo se comenzase a erizar. La tranquilidad desaparece de repente y una perla de sudor comienza a aparecer en tu frente. Comienzas a notar miedo.

No hay nada peligroso a la vista y eso es lo que te aterra. No hay vida. No hay nada. Solo las luces de los semáforos y el ding ding del semáforo para invidentes alteran la quietud.

Bajas poco a poco por la calle, te fijas en los cruces y, hasta donde te alcanza la vista, no hay movimiento. No se ve ni un alma. No se escucha ni el sonido de los pájaros. Solo la letanía de los clicks de los semáforos.

Se te ocurre buscar en internet algo de información. Si menéame no sabe nada es que no ha sucedido. A lo mejor han evacuado el planeta 10000 naves de Raticulín y no te has enterado. O ha llegado “el gran rapto” y tú eres el único pecador que queda para recibir el merecido castigo. O te están gastando una broma muy elaborada y muy cara.

No hay nada extraño en las noticias aparte de las tonterías inútiles de siempre y videos de gatos. Los periódicos no dicen demasiado, aparte de que todo va bien con este gobierno y hay gente que se están decapitando los unos a los otros a unos miles de kilómetros. Algún partido de la Champions, cotilleos de alguien se folla a alguien y un accidente en cadena en la autopista que va a ser el festival de varias compañías de seguros.

Ahora estás seguro de que es una broma y buscas las cámaras. Miras las ventanas, casi todas con las persianas bajadas. Das vueltas a tu alrededor buscando algo escondido. Y solo ves un perro; ¿un perro? un perro que corre hacia ti; un perro que corre hacia ti chillando; chilla con terror y corre deprisa, huye.

Pasa a tu lado sin mirarte. Corre, y sigue corriendo calle abajo. Y más, vienen más perros. Dos, tres, seis, casi todos grandes, chillando aterrorizados.

Lo oyes. Es un siseo, algo que roza contra el asfalto, continuo, imparable, aumentando de volumen… y un algo más. Es como un gemido, grave, profundo, como si alguien soplase un tubo largo, como esas trompas que usan los lamas tibetanos. GROOOOOOOOR.

Y lo ves, los ves. Ves un grupo de gente bajando lentamente por la calle, muy lentamente. Algunos se tropiezan, caen y se levantan despacio, como si estuvieran adormilados, drogados, atontados. A lo lejos distingues algunas figuras que se balancean lentamente trastabilleando, caminando como borrachos y balanceando de lado a lado su único brazo.

¿Su único brazo? ¿Es una manifestación de mancos?

Se acercan, y tu vuelves todo lo deprisa que puedes sobre tus pasos. Ves rojo; gente que se balancea pintada de rojo, con manchas aquí y allá; en la cara, en los brazos, en las piernas… y uno con las tripas colgando.

No parece una broma. Y si lo es te da igual; que se joda la tele o el hijo de la gran puta que te está filmando. Estás muy asustado, estás aterrado, estás usando toda la adrenalina que te provee el terror para correr como alma que lleva el diablo hacia tu casa.

Entras deprisa en el portal y te aseguras de que la tremendamente segura puerta de cristal de la entrada se queda bien cerrada. Subes por las escaleras; los peldaños de dos en dos y de tres en tres y temblando abres la puerta de casa y entras. Y tus gatos te miran extrañados y uno de ellos se pasea alrededor de ti pidiendo comida otra vez.

Vas hacia el ordenador, corriendo lo enciendes y buscas, buscas algo. Buscas un e-mail, un algo que te diga qué está pasando pero está todo vacío. Pones la tele y está en negro. Excepto las series de la mañana, esas que repiten una y mil veces, y los canales de teletienda, está todo en negro. La radio, solo encuentras esas radiofórmulas preprogramadas pero no hay noticias, no hay programas en directo.

Miras por la ventana. Una calle lateral, poco tráfico habitualmente; ninguno ahora mismo. Alguien en una ventana, golpeando el cristal, en un sexto piso. Golpea, golpea, golpea y rompe el cristal, cae al vacío y se estrella contra la acera rompiéndose las piernas. Los huesos asoman en sus tobillos.

Y se arrastra. ¡Se arrastra! Debería estar muerto pero se arrastra, y gime, emite un sonido chorreante, cavernoso y terrorífico.

Es una locura, una puta locura. Piensas que eso no puede estar pasando. Te abofeteas una y otra vez intentando despertarte, en el baño te echas agua fría, pero el gemido y el cada vez más fuerte arrastrar de pies es constante. Se acerca, es real.

Te miras en el espejo del baño y se te escapa una carcajada. Ya es casualidad que hoy lleves puesta esa camiseta:

“La parte más difícil del apocalipsis zombie será fingir que no estoy emocionado”.

Emocionado no, acojonado.

Y sabiendo que el palo de la fregona es lo único que te separa de esos bichos, estás muerto seguro.

 

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